Sábado, 31 de julio de 2004
(Artículo de Opinión de Carlos Casanova publicado en El Progreso de Lugo y en el apartado Solo de Flauta).
Dar las gracias a María Rivas, una compañera del IES As Lagoas por hacerme llegar este bello artículo sobre los ríos.
Rafael Hermoso de Mendoza -un amigo cordobés residente en Lugo desde hace un par de años- recorre nuestra provincia con interés paisista y naturalista (los foráneos suelen apreciar mejor que los lugareños los encantos de tierras y ciudades). Conocedor de la geografía hispana, me comentó que esperaba escuchar aquí el croar de las ranas junto a los ríos. Inútilmente salvo en la laguna de Cospeito, al parecer por causa de los insecticidas: los ríos se deslizan en silencio son su antigua música de fondo: la banda sonora de las ranas, hermana del coro de los grillos en el campo y del inquietante grito de las gaviotas sobre el mar. Lo comprobé: a lo largo del Miño en Santa Isabel (Outeiro de Rei) no las escuché en charcas y remansos donde hace veinte años croaban. Tal vez se hayan ido convirtiendo en príncipes, contrariamente a la fábula, y ahora sobren príncipes y falten ranas.Porque nací a un kilómetro del río, no hay día de mi vida en que no me venga a la memoria alguna pequeña y breve escena fluvial: mi idea de felicidad comienza por el telón de fondo de una mañana soleada de verano y se prolonga en el lanzamiento de piedras planas sobre el agua (ocho, diez saltos antes de hundirse), las cascadas de los caneiros, las barcas y el remo desapareciendo en el agua profunda, salpicando frescor. Con o sin razón soy de río, tal como otra gente es de mar, y me gusta comprobar por estas fechas cómo en Lugo aún se puede pasear a orillas del Miño y ver aquellas aceñas en las que nuestros padres y abuelos se solazaban en verano, y que aún dan nombre a barrios y territorios no ya remotos (ya nada es remoto hoy en día) pero sí, al menos, escondidos.
De río fue Constable, el magnífico paisajista inglés que a lo largo de toda su vida apenas se desvió de las márgenes del río Stour, en el condado de Suffolk. Pintó incesantemente las cabañas, los senderos, las acequias y los puentes del pequeño tramo entre Flatford y Dedham, hoy conocido por el país de Constable. En sus cuadros gozamos visualmente del río, tal como en diversos parajes reales aunque ya no huele a nada el agua (en el mejor de los casos) y aunque los gozos táctil y auditivo son difíciles por exceso de vertederos y defecto de ranas, como queda dicho. En mi pueblo se recuerda una poza fluvial donde antaño se ahogaba la gente: hermoso modo de morir, como Ofelia entre algas y flores o como Virginia Woolf en el río Ouse con los bolsillos llenos de piedras.
Nos queda la esperanza de que no todos los ríos acaben siendo conflictos hidrológicos, como el Ebro, y de que antes de que muera la última trucha del mundo se ideen by pass que, como en el corazón de los hombres, desatasquen el aceite (colesterol) de las arterias de la tierra. Qué hermosos los ríos en fotografías aéreas: serpientes azules reptando hacia el mar por entre masas verdes y ocres. Las grandes civilizaciones medraron a sus orillas: en las del Nilo, Tigris y Éufrates, Danubio y Rin, Guadalquivir, Ganges, Yan-tse-kiang. Algunos fueron divinizados y en el arte helenístico personalizados en esculturas de ancianos barbados y mujeres vertiendo tinajas de agua, cuando las ondinas -ninfas de los ríos- empujaban las aguas en sus profundidades, erizada la superficie por el soplo de los silfos. Otros fueron inmortalizados por poetas y narradores: el Duero de Machado, el Liffey de Joyce...Hoy no se pretende la divinización, sino la humanización de los cursos fluviales. Quizás sea suficiente que en los vertidos se incluyan insectos para que vuelvan las ranas, cansadas de la vida principesca.
Foto Progreso. Lugo.
Secundino Lorenzo
--------------------------------------------------------------------------- Ver el artículo Soneto 128 de Carlos Casanova.
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