Una de las más importantes revistas
científicas del mundo, Nature, acaba de dar a
conocer, a pocos días de realizarse la próxima
Cumbre sobre Desarrollo Sostenible Río+20, una
libreta de calificaciones sobre la implementación de
los tres grandes tratados firmados en 1992 en la
primera Cumbre de la Tierra de Río. Las
calificaciones fueron las siguientes: Cambio
climático - Reprobado, Diversidad biológica -
Reprobado y Lucha contra la desertificación -
Reprobado. ¿Puede todavía la humanidad evitar salir
expulsada de clases?
Durante al menos una generación hemos
sabido que el mundo necesita un cambio de rumbo. En
lugar de alimentar la economía mundial con
combustibles fósiles, tenemos que estimular un uso
mucho mayor de alternativas bajas en carbono, como
las energías eólica, solar y geotérmica. En lugar de
cazar, pescar y talar sin tener en cuenta el impacto
sobre otras especies, debemos adaptar el ritmo de
nuestra producción agrícola, pesquera y forestal a
las capacidades del medio ambiente. En lugar de
dejar a los más vulnerables del mundo sin acceso a
planificación familiar, educación y atención básica
de salud, tenemos que acabar con la pobreza extrema
y reducir las altas tasas de fecundidad que
persisten en las zonas más pobres del planeta.
En resumen, tenemos que reconocer que
con siete mil millones de personas hoy en día, y
nueve mil millones a mediados de siglo, todas
interconectadas en una economía global que hace un
uso intensivo de la energía y las altas tecnologías,
nuestra capacidad colectiva para destruir los
sistemas del planeta que dan sustento a la vida ha
alcanzado niveles sin precedentes. Sin embargo, por
lo general las consecuencias de nuestras acciones
individuales están tan lejos de nuestra conciencia
diaria que podemos ir derecho al precipicio sin ni
siquiera darnos cuenta.
Cuando encendemos nuestros
ordenadores y luces, no somos conscientes de las
emisiones de carbono resultantes. Cuando comemos
nuestras comidas, no somos conscientes de la
deforestación producida por la agricultura no
sostenible. Y cuando miles de millones de nuestras
acciones se combinan para generar hambrunas e
inundaciones, afectando a los más pobres en países
propensos a las sequías como Mali y Kenia, pocos de
nosotros tenemos la más vaga noción de las
peligrosas trampas de la interconexión global.
Hace veinte años el mundo intentó
hacer frente a estas realidades a través de tratados
y el derecho internacional. Los acuerdos que
surgieron en 1992 en la primera Cumbre de Río eran
buenos: completos, con visión de futuro y espíritu
público, y centrados en las prioridades mundiales.
Y, sin embargo, no han sido capaces de salvarnos.
Permanecieron en las sombras de
nuestras políticas cotidianas, nuestra imaginación y
los ciclos de los medios de comunicación. Año tras
año los diplomáticos partían a conferencias para
ponerlos en práctica, pero los principales
resultados fueron la negligencia, el retraso y
rencillas sobre minucias legales. Veinte años
después, apenas podemos mostrar tres bajas
calificaciones.
¿Hay una manera diferente de hacerlo?
El camino del derecho internacional involucra a
abogados y diplomáticos, pero no a los ingenieros,
científicos y líderes comunitarios que se encuentran
en la primera línea del desarrollo sostenible. Está
plagado de arcanos técnicos sobre la vigilancia, las
obligaciones vinculantes, los países del anexo I y
los que no pertenecen a ese grupo, y miles de otros
legalismos, pero no ha logrado darnos el lenguaje
para hablar sobre nuestra propia supervivencia.
Tenemos miles de documentos, pero no
podemos hablarnos con claridad los unos a los otros.
¿Queremos salvarnos a nosotros mismos y a nuestros
hijos? ¿Por qué no lo dijimos en su momento?
En Rio+20 tendremos que decirlo con
claridad, con decisión y de un modo que conduzca a
una actitud resolutiva y activa, en lugar de
llevarnos a disputas y ponernos a la defensiva. Dado
que los políticos siguen a la opinión pública en
lugar de guiarla, debe ser el público quien exija su
propia supervivencia, no funcionarios electos que de
alguna manera se supone que nos salvarán a pesar de
nosotros mismos. Hay pocos héroes en política;
esperar a que los políticos lo sean implicaría
esperar demasiado.
Por lo tanto, el resultado más
importante de Río no ha de ser un nuevo tratado,
cláusula vinculante o compromiso político. Tiene que
ser un llamamiento mundial a la acción. En todo el
mundo se eleva el grito que pide que el desarrollo
sostenible se ponga al centro del pensamiento y la
acción globales, especialmente para ayudar a los
jóvenes a resolver el triple desafío (bienestar
económico, sostenibilidad ambiental e inclusión
social) que definirá su época. Río+20 puede ayudar a
que lo hagan.
En lugar de un nuevo tratado en Río
+20, adoptemos un conjunto de Objetivos de
Desarrollo Sostenible, u ODS, que inspiren la acción
de una generación. Así como los Objetivos de
Desarrollo del Milenio nos abrieron los ojos a la
pobreza extrema y promovieron una acción global sin
precedentes para combatir el SIDA, la tuberculosis y
la malaria, los ODS pueden abrir los ojos de la
juventud de hoy al cambio climático, la pérdida de
biodiversidad y los desastres de la desertificación.
Todavía podemos cumplir los tres tratados de Río si
ponemos a personas a la vanguardia de las
iniciativas.
Los ODS para poner fin a la pobreza
extrema, descarbonizar el sistema energético,
aminorar el crecimiento demográfico, promover el
suministro sostenible de alimentos, proteger los
océanos, los bosques y las tierras secas, y corregir
las desigualdades de nuestro tiempo pueden impulsar
la solución de problemas equivalentes a toda una
generación. Los ingenieros y expertos tecnológicos
de Silicon Valley, São Paulo, Bangalore y Shanghai
tienen en sus mangas ideas que pueden salvar el
mundo.
Las universidades de todo el mundo
albergan legiones de estudiantes y académicos
dispuestos a solucionar problemas prácticos en sus
comunidades y países. Las empresas, al menos las
buenas, saben que no pueden prosperar y motivar a
sus trabajadores y consumidores a menos que sean
parte de la solución.
El mundo está listo para actuar.
Río+20 puede ayudar a desatar toda una generación de
acciones. Todavía hay tiempo, aunque por los
mínimos, para enmendar las malas calificaciones y
aprobar el examen final de la humanidad.
Traducido del inglés por David
Meléndez Tormen
Una de las más importantes revistas científicas del mundo, Nature, acaba de dar a conocer, a pocos días de realizarse la próxima Cumbre sobre Desarrollo Sostenible Río+20, una libreta de calificaciones sobre la implementación de los tres grandes tratados firmados en 1992 en la primera Cumbre de la Tierra de Río. Las calificaciones fueron las siguientes: Cambio climático - Reprobado, Diversidad biológica - Reprobado y Lucha contra la desertificación - Reprobado. ¿Puede todavía la humanidad evitar salir expulsada de clases?
Durante al menos una generación hemos sabido que el mundo necesita un cambio de rumbo. En lugar de alimentar la economía mundial con combustibles fósiles, tenemos que estimular un uso mucho mayor de alternativas bajas en carbono, como las energías eólica, solar y geotérmica. En lugar de cazar, pescar y talar sin tener en cuenta el impacto sobre otras especies, debemos adaptar el ritmo de nuestra producción agrícola, pesquera y forestal a las capacidades del medio ambiente. En lugar de dejar a los más vulnerables del mundo sin acceso a planificación familiar, educación y atención básica de salud, tenemos que acabar con la pobreza extrema y reducir las altas tasas de fecundidad que persisten en las zonas más pobres del planeta.
En resumen, tenemos que reconocer que con siete mil millones de personas hoy en día, y nueve mil millones a mediados de siglo, todas interconectadas en una economía global que hace un uso intensivo de la energía y las altas tecnologías, nuestra capacidad colectiva para destruir los sistemas del planeta que dan sustento a la vida ha alcanzado niveles sin precedentes. Sin embargo, por lo general las consecuencias de nuestras acciones individuales están tan lejos de nuestra conciencia diaria que podemos ir derecho al precipicio sin ni siquiera darnos cuenta.
Cuando encendemos nuestros ordenadores y luces, no somos conscientes de las emisiones de carbono resultantes. Cuando comemos nuestras comidas, no somos conscientes de la deforestación producida por la agricultura no sostenible. Y cuando miles de millones de nuestras acciones se combinan para generar hambrunas e inundaciones, afectando a los más pobres en países propensos a las sequías como Mali y Kenia, pocos de nosotros tenemos la más vaga noción de las peligrosas trampas de la interconexión global.
Hace veinte años el mundo intentó hacer frente a estas realidades a través de tratados y el derecho internacional. Los acuerdos que surgieron en 1992 en la primera Cumbre de Río eran buenos: completos, con visión de futuro y espíritu público, y centrados en las prioridades mundiales. Y, sin embargo, no han sido capaces de salvarnos.
Permanecieron en las sombras de nuestras políticas cotidianas, nuestra imaginación y los ciclos de los medios de comunicación. Año tras año los diplomáticos partían a conferencias para ponerlos en práctica, pero los principales resultados fueron la negligencia, el retraso y rencillas sobre minucias legales. Veinte años después, apenas podemos mostrar tres bajas calificaciones.
¿Hay una manera diferente de hacerlo? El camino del derecho internacional involucra a abogados y diplomáticos, pero no a los ingenieros, científicos y líderes comunitarios que se encuentran en la primera línea del desarrollo sostenible. Está plagado de arcanos técnicos sobre la vigilancia, las obligaciones vinculantes, los países del anexo I y los que no pertenecen a ese grupo, y miles de otros legalismos, pero no ha logrado darnos el lenguaje para hablar sobre nuestra propia supervivencia.
Tenemos miles de documentos, pero no podemos hablarnos con claridad los unos a los otros. ¿Queremos salvarnos a nosotros mismos y a nuestros hijos? ¿Por qué no lo dijimos en su momento?
En Rio+20 tendremos que decirlo con claridad, con decisión y de un modo que conduzca a una actitud resolutiva y activa, en lugar de llevarnos a disputas y ponernos a la defensiva. Dado que los políticos siguen a la opinión pública en lugar de guiarla, debe ser el público quien exija su propia supervivencia, no funcionarios electos que de alguna manera se supone que nos salvarán a pesar de nosotros mismos. Hay pocos héroes en política; esperar a que los políticos lo sean implicaría esperar demasiado.
Por lo tanto, el resultado más importante de Río no ha de ser un nuevo tratado, cláusula vinculante o compromiso político. Tiene que ser un llamamiento mundial a la acción. En todo el mundo se eleva el grito que pide que el desarrollo sostenible se ponga al centro del pensamiento y la acción globales, especialmente para ayudar a los jóvenes a resolver el triple desafío (bienestar económico, sostenibilidad ambiental e inclusión social) que definirá su época. Río+20 puede ayudar a que lo hagan.
En lugar de un nuevo tratado en Río +20, adoptemos un conjunto de Objetivos de Desarrollo Sostenible, u ODS, que inspiren la acción de una generación. Así como los Objetivos de Desarrollo del Milenio nos abrieron los ojos a la pobreza extrema y promovieron una acción global sin precedentes para combatir el SIDA, la tuberculosis y la malaria, los ODS pueden abrir los ojos de la juventud de hoy al cambio climático, la pérdida de biodiversidad y los desastres de la desertificación. Todavía podemos cumplir los tres tratados de Río si ponemos a personas a la vanguardia de las iniciativas.
Los ODS para poner fin a la pobreza extrema, descarbonizar el sistema energético, aminorar el crecimiento demográfico, promover el suministro sostenible de alimentos, proteger los océanos, los bosques y las tierras secas, y corregir las desigualdades de nuestro tiempo pueden impulsar la solución de problemas equivalentes a toda una generación. Los ingenieros y expertos tecnológicos de Silicon Valley, São Paulo, Bangalore y Shanghai tienen en sus mangas ideas que pueden salvar el mundo.
Las universidades de todo el mundo albergan legiones de estudiantes y académicos dispuestos a solucionar problemas prácticos en sus comunidades y países. Las empresas, al menos las buenas, saben que no pueden prosperar y motivar a sus trabajadores y consumidores a menos que sean parte de la solución.
El mundo está listo para actuar. Río+20 puede ayudar a desatar toda una generación de acciones. Todavía hay tiempo, aunque por los mínimos, para enmendar las malas calificaciones y aprobar el examen final de la humanidad.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen