<Si el Ulla que tiene a lo
largo de su maravilloso curso la alegre calma de los estados de
gracia, es un río compostelano y francés, con la coquetería
dieciochesca de los pazos con <<perrón>> que se miran en sus
meandros, el Miño es feudal y romano. El más caudaloso de los
ríos gallegos comienza a caminar entre desvelados vientos
lucenses de la serranía de Meira, donde los abades benedictinos
tenían enanos, con pequeño sitial y todo en el coro del Señor
Prior. Entre montes híspidos y rocas que guardan tesoros, baja
-serpiente breve y espumosa- a las tierras llanas, por Castro de
Rey y las Gándaras, ancheando, hombreando desperezándose de los
primeros fríos de su cuna hasta llegar a Lugo, la bien murada.
Con cauce de ringorrango y hondos pozos para la duermevela de la
gran trucha voraz, se romaniza bajo el arco rotundo de los
puentes y la paralela vecindad de las rutas imperiales que
llevan hasta el Tíber la suculenta lamprea, regalo del glotón
romano de recio cuello y gesto quiritario. Aprende latín en
convento jurídico y se rinde al encanto del templo de Diana y de
las termas, para cristianizarse luego arrepentido bajo el báculo
de san Froylán y los concilios. Va regando tierras centenas ente
Monforte y Chantada bajo hermosísimas nubes, para ofrecerse
rutilante desde el inolvidable paisaje accidentado de los codos
de Belesar, hasta llegar a los Peares, donde el fiel Sil, que lo
busca afanoso desde los asturianos Cuetos Albos, se le entrega
con toda su agua y con el regalo de las arenas de oro que trae a
hurtadillas desde Montefurado. Robustecido y condecorado de
pámpanos y racimos llega báquico, munificente y perezoso como un
viejo dios, a contarle a las fuentes de la romana Auria cosas de
Lugo y de la montaña. Entre peñascos y cipreses clásicos, que
hubiera placido pintar a Perugino, cuchichea con la noble tierra
de Portugal por Castrelo y Ribadavia, lamentando ser frontera.
Bajo terrazas ordenadas, de las que la vid desborda, el
Miño se refrena, se extiende, sestea entre arenales,
curioso por saber nuevas de la cosecha, y recuerda tiempos como
un abuelo. El tiempo del buen ribeiro, loado en las cantigas del
rey Sabio. Los tiempos en los que los soldados del Duque de
Lancaster -el <Alencastre> gallego-, al rendir Ribadavia en las
guerras de 1386 por la que el inglés hacía valer sus derechos al
trono de Castilla, lo bebieran de tal modo que el ilustre
Froissart, que acompañaba como cronista al duque, afirma <que en
unos días no fueron hombres para nada>. Sir Pery, que entró a
degüello en la alborotada y resistente judería de la villa, lo
bebió también como lo bebieron en la francesada los soldados de
Napoleón, que cuatro siglos después anduvieron momos y mulatos,
tras el saqueo de la villa y de las pipas.
Fotografía del río Miño, seguramente en Francelos
Ribadavia. Fotografía de Cacio.
El Miño recuerda...El Miño
recuerda la áurea época del dorado Ribeiro. ¡ Aquel de los
caldos soberbios antes de la filosera, cuando no había llegado
la igualatoria cepa americana, y las vides lozanas ignoraban el
riego del sulfato de cobre! Del siglo XV al XVIII vuela su fama
por mesas de reyes y nobles, por paradores y hosterías, como
vuelan Miño abajo las pipas del néctar para arribar a la
puritana Inglaterra, a Portugal, a Flandes...Es la buena época
que ya señala el padre Sarmiento al decir que <se hace respetar
como grande de primera clase en las mesas de los reyes,
príncipes y señores de todos los territorios> hasta que por
enojos políticos es suprimida en 1779 la exportación. ¡Pompa y
riqueza de los mostos desprendidos de las antiguas y nobles
cepas gallegas!¿Qué dirían, <espuelas de Ribadavia>, hoy
Cervantes, Tirso, Balvuena, Froissart, Mendoza o Molina?
Fuisteis regalo de emperadores romanos y ornato de paladares en
la Inglaterra shakesperiana de un Falstaff, Gengis Kan de
perfiles y de cubas. Ibais en embalses, Miño abajo, o en carros
hasta el puerto donde los galeones y bergantines os esperaban,
impacientes por la carga. De Galicia vuelen al Rin cepas
escogidas como madamas, mientras los <tostados> de Leiro acunan
la infancia del Oporto. <Mais, oú sont les neiges d´antan...>.
Río Miño. El viejo puente
romano. Fotografía Marqués de Sta. María del Villar.
Río Miño en Ourense. Foto
Bene.
Ríos trucheros, frescos y con
meandros de éxtasis, sobre los que tiembla la azul seda
transparente de las libélulas, se vierten generosos en el padre
Miño, para que éste llegue lozano a sus nupcias con la mar
salada. Tienen nombre apacibles como Vilariño, el Montederramo y
el Humano que traen agua caudal al padre, frente a Amandi, de
donde partía puntualmente por las antiguas calzadas el vino
grato a la mesa del emperador de la <aurea pax>. El Arnoya, el
Arenteiro, el Avia tienen, como el Barbantiño, son de muiñeira,
frutal sabor de vid en agraz, aire y reflejos de lagar y
vendimia lograda. El Arenteiro desde Carballino de los excelsos
yantares, articula, entre pámpanos y frutales, la montaña con el
valle, con la precisa dulzura de una sonata. Aunque Cea -la del
inmejorable pan- proteste, los dos ríos van repitiendo el
cantar:
Si queres tratarme
ben
dame vino de
Ribeiro
pan e trigo de
Ribadavia,
nenas do chan
d´Amoeiro
El Tea le trae, por si el
verano en Mondariz, Ponteareas y Salvatierra le cae pesado de
calores, la frescura montañesa de los derrames del Faro de Avión
y el Louro desde las tierras altas le acompaña en el paso final
de Tuy, donde ya se nota la invitación al viaje de las mareas.
Luego por el valle del Rosal, en despedida de verdes
hermosísimos de luces con crisoberilos y de vinos espumantes, el
padre Miño, empapado de vacas, peces, mostos, sauces y pinares,
muere en el mar abierto de La Guardia, con un réquiem
hermosísimo de altivas olas, orquestadas y desafiantes. El
Tecla, oteador de incomparables horizontes, estremecido todavía
por el recuerdo de los sacrificios lejanos, le dice adiós
llorando>